miércoles, 30 de marzo de 2016

Del trabajo en el seminario con Mónica Zuleta Pardo... “Usad la práctica política como intensificador del pensamiento y el análisis como un multiplicador de formas y ámbitos de intervención de la acción política. [...] No exijáis de la política que restablezca los “derechos” del individuo tal y como la filosofía los definió. El individuo es el producto del poder. Lo que hace falta es “desindividualizar” por multiplicación y por desplazamiento de los diversos agenciamientos. El grupo no debe ser el lazo orgánico que une a los individuos jerarquizados, sino un constante generador de “desindividualización” MF en Micropolíticas de los grupos. Manifiesto. ¿Qué puede ser digno de decir? En esta época de denuncias, contradicciones, reacciones y demás ¿qué puede ser manifestado sin caer en el cliché? ¿No todos los grupos con cierto deseo vanidoso de querer perdurar inician con un documento que da cuenta de sus convicciones y de sus sueños? ¿Cuántos de ellos pueden ser o mantenerse fieles a sus propias fidelidades? ¿Qué valor podemos devolverle a la promesa en estos tiempos? ¿De qué sirve una promesa? Ó, la pregunta sería (mucho más pragmática) ¿Cuándo es valioso un prometer? Personalmente esta pregunta recae en mi experiencia como una advertencia de sentido, muchas veces he sido criticado por mis acciones que se juzgan de inmediato como carentes de promesa, o peor aún, enriquecidas en promesas pero muy poco sostenibles y duraderas en la densidad de los pactos. He sido cruel, me dicen… Es esta forma cruel de hacer sofisticado aquello que por su naturaleza efímera decae con el ritmo vertiginoso de un aburrimiento casi innato, lo que desgasta las condiciones que hacen posible que distintos ritmos, secuencias y razones de la emoción se vuelvan cotidianas y rutinarias...aparatosamente tediosas. Crueldad del prometer. Creo que soy o he tratado de imaginarme resistiendo a cualquier tipo de rutinización, le tengo mucho miedo a las situaciones donde ya no me es posible imaginar y arriesgarme, incluso podría hasta llegar a decir que disfruto la marginalidad y el lugar de la anomalía, del riesgo y la inestabilidad. No he construido un sistema, ni un modelo, ni siquiera vínculos duraderos (salvo con mis hijas)…me he mudado por lo menos 12 veces en mi vida y ahora envejezco ¿feliz? sin sentir que debo “capitalizar para el futuro”. He coleccionado carnets de empresas donde he trabajado…seguro incrementaré en poco tiempo esta extraña forma de revelar mis fotografías públicas. En fin, con mucha facilidad puedo llegar a ser un denostado social. Me pregunto ahora si, en este proyecto que inicio con grandes amigos y colegas (algunos claramente aún me soportan), si este tipo de desavenencia social, de irregularidad es bienvenida, incluso dudo de si algún tipo de habilidad (si es que la tuviera) sería útil a esta empresa…no sé…he terminado manifestando que ¡soy un humano algo extravagante! Ojalá (de nuevo) esto no pase por sonar muy pretensioso. No es así. Supongo que en efecto detrás de cada manifiesto (o algo que se parezca en su naturaleza) existe siempre un motor de deseos y necesidades, obvio, pero si de lo que se trata es en inquietarse por las condiciones de posibilidad que nos aleje de todo aquello que nos reste fuerza y potencia para aprovechar una coyuntura, un magma de voluntades, entonces; ¿Cuándo es valioso un prometer? Creo que las promesas aglutinan el buen querer de las personas, las animan incluso si previamente se advierte que serán proclives al fracaso, una promesa no es una garantía de cambio o transformación, todo lo contrario, es una inconveniente regulación de nuestras comodidades, siempre como advertencia nos asecha como un tipo de monstruosidad que nos hace culpables por un futuro incumplimiento…una especie de deuda inmanente. La promesa es, en este sentido, un proceso. Casi nunca le asignamos valor a lo prometido, una vez se cumple (aquello prometido)…pasa a ser un valor agregado, un tinte de desapego a aquella cosa prometida y conseguida, entonces, una vez adquirida pierde el “plus”, pues lo seductor de las promesas es perseguirlas y gradualmente hacerlas viables. El proceso implícito en la promesa implica pues mucho trabajo, dado que lo que convoca en una iniciativa constante (en un proyecto como éste que intentamos llevar a cabo) es un comprometer-se en la acción y en el lugar donde dicha iniciativa detone y convoque otras voluntades. Manifiesto por lo pronto que, en parte se trata del: (…) “deseo de fabricar un territorio donde se desplegarían y se cultivarían a la vez una sensibilidad a las mutaciones que lo recorren, una agilidad en la capacidad de «pensarnos» y un arte del bricolaje en nuestras formas de hacer”. Ibid . Y como un manifiesto generalmente acude a unos preceptos, me invento y comparto los siguientes en orden a buscar de forma permanente la respuesta provisional a Cuando es valioso un prometer: 1. Hacer lo posible por encontrar en el arte y otras manifestaciones del pensamiento ana-lógico signos y señales que hagan gravitar los sentimientos de máximo sobrecogimiento para poder pensar sobre un tema o un problema para poder prometer un enunciado. 2. Posibilitar un hacer creativo y riguroso para que a nivel individual y colectivo, lo manifestado quiera hacer que otros se contagien de la forma en que en nuestro grupo el prometer se hace cuerpo y gramática. 3. Luchar para que la decepción asociada a las deudas de las promesas sean también formas afirmativas para querer seguir prometiendo. 4. Establecer unas formas poéticas de consentir el pensamiento individual y colectivo, plagar de rituales el proceso de saber prometer. 5. Mapear el efecto del proceso de la promesa: Inventar métodos alternos para visibilizar y secuenciar la forma en que la amistad se erige como indicador de un vínculo entre promesas. 6. Prometer el manifestar permanente…

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